lundi, mars 10, 2008

Gracias a ti, por agarrarme de los brazos...

Esto fue escrito por CW., el jueves 6 de marzo en algún diario capitalino que desconozco, me llegó ayer por mail de mi papá. Lo leí con el desgano ya asociado de ver los adjuntos... Y ahora necesito divulgarlo.

Lo leí sin emoción y en silencio primero, luego lento, luego sussurrando, y luego con el pecho oprimido y una sensación de pena-felicidad muy rara.


Se lo leí entonces en voz alta a mi amiga. Y ahora, tarde, después de comenzar tipo 7 am. la función, por los colegios (niños de mi amiga), asear la casa (sin nana, eso me toca en parte), ir a tramitar a la Inspección del trabajo sin encontrar estacionamiento, almorzar súper apuradas pero en un rest top con vista al mar(la pausa pituca del mes).



Y al rato, correr por la arena (la caliente, blanda) no sé cuánto rato con una niña de 6 años (que obviamente me ganó, con el dolor de mi ego de ex atleta), y capear olas (grandes, y medianamente grandes) 1 hora (yesss y en marzo, con la niña al apa), en La Serena. Correr otra vez, mojadas con frío por el viento, ahora por la arena mojada (igual perdí, grrr). Jugar en la arena, practicar con la chica el "sem sem sem" que jugaba en el colegio, que le esneñé y que le gusta. Enseñarle a huntar galletas Niza en helados de mora crema, y matarnos de la risa por 800000 cosas.

Ir después a un ressort (una amiga mía vino de visita a La Serena y se aloja ahí, nos invitó) y bañarnos a la pisicina, y enseñarle a la chuiquita a tirarse piqueros (primeros pasos)...

Después, tipo 7-8, llegar a la casa, bañar 2 niños (2 y 6 años), ordenar algo la casa y (por fin) ver Lola, etc. Luego de todo eso, cuando sólo vengo aquí (web) para ver si (milagrosamente) alguno de mis miles de cv ha tenido eco, me encuentro con estas líneas de este gran hombre... Sólo quiero decir que me llegó al alma, y a mi amiga también. Aquí van sus palabras (por favor, hazte un regalo el tiempo, y léelo, prometo que vale más del tiempo que te tomará leerlo).

Por C. Warknen.

A ti que lees estas líneas, que estás bajando por una de las tantas autopistas de la ciudad en esta mañana de marzo o, tal vez, estás en un vagón del Metro -con la mirada extraviada, como todos los que viajan a esta hora-, o paladeas el primer café y recorres distraído las páginas de este diario, buscando algo que no sabes qué es.

A ti, que llevas a tus hijos al colegio y que acabas de no escuchar una pregunta que te hizo tu hija más pequeña, porque estabas pensando en otra cosa.

A ti, que acabas de salir de la ducha y te ves un instante en el espejo. A ti, que pasas rápido a mi lado y casi me empujas y no me ves.

A ti, que -con apenas 18 años- te levantas con el tedio pegado en el alma y te enchufas al computador para no abrir la ventana de tu pieza que da al jardín. A ti, que miras a tu marido todavía dormir a tu lado, y ves su nuca y su piel gastada, y sientes en el centro de tu pecho un hueco, la sensación de un cansancio del que quisieras huir a miles de kilómetros de ahí.

A ti, que estás comprando el pan sin emocionarte con su olor y su temperatura. A ti, que entraste al cajero automático y descubriste que el saldo de tu cuenta era negativo, y sientes miedo, rabia, angustia. A ti, que acabas de dejar a tu niño en la sala cuna y te fuiste sin cantarle esa canción "que a él tanto le gusta".

A ti, que acabas de entrar en la oficina y te dispones a iniciar un día igual a todos los días, trabajando sin amor por lo que haces, como pieza de un engranaje que te devora.

A ti quiero agarrarte de la solapa, del brazo -con respeto, pero con fuerza-, a ti quiero detenerte en tu carrera loca y decirte lo que tal vez nadie te ha dicho nunca, porque no se enseña en los colegios ni aparece en los diarios.


Yo no soy nadie para quitarte cinco minutos de tu atiborrada y desesperada agenda, soy uno más entre los millones que bajan esta mañana a comenzar un día más en la ciudad. Entonces, ¿por qué habrías de desconectarte de tu "iPod" o apagar tu celular para escucharme? Pensarás acaso que soy un predicador más, un vendedor de seguros, o alguien que quiere robarte a plena luz del día. Sé que me mirarás con recelo, con molestia, con desconfianza.

A ti, que me oyes pendiente de tu reloj, quiero decirte, antes de que desaparezcas devorado por la multitud: "El hombre es desgraciado porque no sabe que es feliz. ¡Eso es todo! Si cualquiera llega a descubrirlo, será feliz de inmediato, en ese mismo minuto. Todo es bueno".


¿Y eso era todo? -me dirás-. Sí, y te digo: todo lo demás, fuera de eso, es nada.

Si te he agarrado de la solapa y te he abordado a esta hora de la mañana de este jueves que escribo es para decirte que eres feliz y no lo sabes. Y que eso que te dije lo dijo una vez un hombre como tú, que se llamó Dostoyevski. Y yo, ¿quién soy para hablarte así, para entrar en tu privacidad y leerte la cita de un ruso que no conoces? Yo soy el muerto. Yo estoy muerto, tú estás vivo.

¿Muerto tú? -me dirás-. ¡Pero si puedo tocarte y verte y oírte!

Sí, pero estoy muerto. Yo me levantaba en las mañanas como tú, prendía la radio como tú, paladeaba un café como tú, miraba distraído las primeras nubes en el cielo, y llevaba a mi hijo al jardín, y no sabía que era feliz, que estaba vivo. No lo sabía, como tú no lo sabes, como no lo saben tantos que no pisan con placer las primeras hojas del otoño, que no se detienen a ver los primeros rayos de luz colarse por la ventana para entibiar la piel del o la que duerme todavía a tu lado.

Pero esto, en realidad, no me lo enseñó Dostoyevksi, sino mi pequeño hijo Clemente, un niño como millones de niños que en este momento son llevados al colegio, un niño que me hizo una pregunta que no escuché una mañana de un jueves como hoy. ¡Eres feliz y no lo sabes! Eso es lo que enseñan los niños que mueren, eso lo aprendemos de un golpe los que morimos con ellos, eso es lo que los vivos como tú no pueden escuchar.

Gracias a ti Cristián, por hacerme ver que soy feliz, y que lo ignoraba... Gracias a ti por agarrarme de la "solapa" (que no uso), pero que equivale a mis hombros, y a mis brazos, que permiten que yo saboreé el café del día, ojeé el diario, busque pega en la web aunque no me guste lo que hago, que al menos tenga la opción de tener saldo aunque sea negativo en vez de no poder mirarme al espejo por delincuente... Y tantas cosas que aludes.

Gracias por agarrarme con fuerza (de palabras) los brazos, recordarme a Dostoyevski, desde la Clemencia hacia el projimo que a quien se perdona, porque "no sabe lo que hace". Pero ahora yo sí sé.


Gracias por darme la opción de probar un poco del árbol de tu concimiento, no (sólo) del de tus invitados. Sé que para Nietzche, esto de la Clemencia (y para más remate con mayúscula), del ayudar al "rebaño", se aleja del superhombre, ¿pero qué importa eso cuando Dios ha muerto?...

Cuando el Pequeño Dios de Huidobro, que ahora yace enterrrado en tu corazón, con su cuerpo que se cae "como una fruta madura" y "su alma, (de repente), queda oscura" con su "pobre montaña", "mi jardín" y "la admiración por la lluvia" aunque no haya inventado el Creacionismo era un Pequeño Dios, y ahora murió, y murió sin sentido. Pero tú, con tu profunda bondad desde los libros y el alma, haces de ese dolor, un momento para decirte gracias. Así que Gracias a ti, a ti.

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