mercredi, janvier 12, 2022

Mi escribir, como damascos maduros

Árbol de damascos
parecido al de mi infancia (Fuente)*.

La velocidad en mi cabeza  era mayor que la de mis manos en el  piano”. Algo así le dijo el músico Reggi (así sellamaba Elton John antes de convertirse celebridad) al letrista Bernie, al poco tiempo de conocerse. 

Eso fue cuando un productor los recibió a ambos, casi simultáneamente. Entonces, ellos dos eran muy jóvenes y además totalmente desconocidos. El ejecutivo les percibió cierto talento y les pidió que vieran si podían trabajar en dupla. 

Lo lograron y fue un acierto rotundo. Al menos según "Rocketman", la película que vimos, anoche, Ive y yo (por Netflix), sobre la historia del famoso cantante británico. En todo caso, Wikipedia lo confirma*. Pero lo que me caló fuerte fue la primera frase que cito aquí. 

De hecho, cuando la escuché le dije a Ive: "Eso mismo me pasaba a mí cuando escribía" y usé el verbo en pasado.

Y me dio tanta pena y rabia… pues, aunque es cierto que sigo escribiendo pequeños relatos cortos en twitter, en la cabeza y, en todas partes en verdad… De hecho, ahora, aquí en el blog, vi que tengo un montón de textos en borrador, de los que me había olvidado. Estos forman parte del sinfín de escritos esbozados o a medio hacer que tengo. El punto es que, también es cierto, que ya casi nunca me siento a escribir con dedicación ni termino bien el texto iniciado o con ganas de armar. 

No lo hago no porque no quiera o no me guste... sino porque siempre... siempre hay algo más urgente, siempre es "después lo hago" pero, de repente, anoche, me percaté que ya no siento las voces en mí, al menos no como antes. 

Me refiero a esas "voces" que me obligaron, casi toda mi vida, a parar lo que fuera que estuviera haciendo y escribir. Porque era una necesidad imposible de postergar, como respirar casi. Ahora es sólo a veces así y, casi siempre, lo dejo pasar.  

O sea, aprendí a dejarlo pasar, a ahogar las ganas, a tratarlas como si fueran una molestia y, por lo tanto, a no darles tiempo basada en que mi escribir no es algo productivo... 

Pero anoche, cuando vi la película, y sentí lo que el artista sentía al darle espacio a las voces, esa conexión entre lo que pasa en tu alma y en tus manos, es tan lindo, que sentí que no darle espacio es como matar la belleza... y eso no puede estar bien. Y al carajo con que no sea productivo.

(Al respecto, recordé la novela de Milan Kundera, donde la protagonista, Agnes siente que matan la belleza y ella la recupera con una rosa azul*). 

En fin. Hoy desperté a las 5 am y podría haber tomado un libro (a los que también, muy a mi pesar, y por la misma razón, les doy mucho menos tiempo ahora), también podría haber seguido con varios temas personales/laborales que requieren urgentemente de mi tiempo, y eso iba a hacer “para aprovechar la despertada y hacer algo productivo” como suelo decirme… 

También pensé en escribir a mano, como hice durante un buen tiempo del último año en un cuaderno, usándolo como diario de vida, pero sobre todo como ejercicio de  “mantención” de escritura*…. 

También pensé en retomar alguno de los mil escritos sin terminar que tengo en la mac… Y que ya no sé si terminaré, porque sé que los relatos pueden salir del alma en un cierto momento y luego ya no. Se mueren. He pensado muchas veces que son como frutas en los árboles, tienen su tiempo de aparición y maduración, se comen ricos ahí... o no se comen, nunca. 

Al respecto, me acuerdo que en mi casa de Vitacura, donde pasé mi infancia, había varios árboles frutales en el patio, entre ellos, dos damascos. 

Mi mamá y a mi abuela, en las tardes de verano, sentadas en la terraza con varios canastos de damascos que habían sacado, se quedaban sacándole el cuesco para hacer mermelada. Quedaba maravillosa. (Ja, recordé un relato de la Marcela Serrano,  donde, en una parte, habla justamente de ser el tipo de personas que hace mermelada de damascos*). 

El asunto es que yo, si bien a veces colaboraba un rato con ellas, además de comer algunos damascos, porque ¡estaban tan rico!s, veía y sentía que esa actividad, igual que desgranar porotos en esa misma época, era pausada, placentera, conversada, aprovechando la caída de “la fresca” veraniega. Y ellas hacían eso no una tarde, sino varias, porque no todos los damascos estaban listos al mismo tiempo. 

El punto es que, aunque los frutos estaban ahí por un regalo prodigioso y dulce de la naturaleza, si no fuera porque ellas se organizaban y se hacían el tiempo, grato pero destinado a eso y no a otra cosa, esos exquisitos duraznos de mi memoria se hubieran caído y podrido en el suelo, pese a tener potencial para ser parte de un festín. Pero, para eso, había que tomar acción oportunamente, por último para congelar o confitar. Sino, ya es demasiado tarde y nada que hacer. 

Yo siento que así mismo son las historias en la cabeza y en el alma. Al menos son así para mí. Las tengo, las puedo llegar a saborear, pero me digo “ya, ahora tengo que hacer X, después me siento a escribirla”, pero el después no tiene calendario y yo me lleno de cansancio y de deberes y nunca hay tiempo para “sólo” escribir… 

Creo que es porque, en algún momento, me empecé a sentir culpable… en cuanto a que ¿cómo puedo estar escribiendo si tengo que hacer X, Y, Z? así que yo misma me postergué y aprendí a callar las voces que, siempre, aparecían y yo requería detener todo para darles espacio…

Pero ayer, cuando vi la película y, en una parte, el joven Reggi, en su casa, donde vivía con su mamá, a partir de las letras de Bernie, compone, en el piano y la voz, algo que le salió del alma, de verdad sublime, de hecho me conmoví. Hasta le dije a Ive, “Oye ¡pero qué lindo!”. No soy muy conocedora del artista inglés, pero era uno de sus mayores hits, y el que, según el filme, le abrió la fama. 

El punto es que, en ese momento, cuando el Elton John en ciernes leyó esa letra de su amigo Bernie, sintió en su cabeza y manos las “voces” y le dio espacio. Vale decir, “cosechó los damascos maduros”. 

En la película, la primera parte de la canción es ahí, en la casa, pero la segunda es en el estudio de grabación, donde seguramente le hicieron arreglos. 

O sea, es frecuente que las cosas no están listas en “la primera cosecha” (en el caso de los damascos, hay que lavarlos, seleccionarlos, sacarles el cuesco, etc. antes de usarlos para mermelada).  Es lo mismo con las creaciones, hay que trabajarlas después… Pero Reggi no hubiera llegado al hit sin haberse tomado el tiempo de darle cuerpo melodioso a las voces… Solo, en su casa, sólo con su mamá.

Eso hice yo durante gran parte de mi vida, volqué "las voces" en miles de cuadernos, que siempre tuve cerca. Ahora me digo que debe ser en el teclado y ahí ya todo cambia… porque no fluye igual y, me pasa, que siento que hacerlo en un cuaderno es tonto, porque me dará lata pasarlo en limpio (lo que también es cierto). 

(Aunque sé que hay maneras de hacerlo con voz a texto… pero no sé cómo y termino no escribiendo… creo que lo del teclado ha sido parte del problema de no escribir, seguramente no el mayor, pero ha incidido su resto...Tengo que ver qué hago al respecto).

En fin. Yo siento que parte fundamental de mí es ser alguien que escribe. Es como mi esencia, quizá, también mi humilde aporte al mundo. A parte del mundo que me ronda, al menos. 

Como ser un árbol de damascos, no será el único, tampoco tiene por qué ser el mejor, ni nada. Será uno más. Y sí, a veces dará frutos amargos, pero también dará muchos dulces. Y puede alimentar, e incluso quizá deleitar, a quienes estén cerca y tengan la suerte de probarlos. Si uno quiere que no se pierdan, hay que cosecharlos cuando es debido. 

Por lo tanto, si yo quiero procurar que la mayoría de mis relatos no se pierda, me tengo que ocupar… darle el tiempo necesario y oportuno a la cosecha de "las voces". Porque el mundo es un lugar mucho mejor con "damascos" que sin ellos. Con los míos y los tuyos.

Por eso creo que es importante que todos nos demos el tiempo de cosechar nuestros propios "damascos" maduros pues, sin duda, varios serán dulces. 

Y, además, tal como sentí con mi mamá y mi abuela con los damascos, esa cosecha suele ser una actividad muy grata para el cuerpo y el alma, pues ¡qué cosa más rica unos damasquitos dulces al caer “la fresca” en el verano!... Eso mismo siento yo cuando escucho “las voces” y las escribo... como ahora. A ver si me hago caso.

Notas:

* Me hubiera gustado poner una foto de los damascos de mi casa. Pero resulta que no tengo imágenes, sólo las de mi memoria. Ahora que lo pienso me gustaría que alguien me hiciera un dibujo o una pintura... La foto la saqué de Google images.

*La película que vimos anoche Ive (mi pareja desde 2018) y yo, en Netflix es "Rocketman"  de 2109. Aquí la info .

*La biografía de Elton John según Wikipedia confirma la dupla y amistad exitosa entre Bernie y Reggi (ver aquí). 

* Me encantó el libro "La Inmortalidad" de Milan Kundera. De hecho, ahora, estuve considerando leerlo de nuevo. Porque es MUY bueno. Eso pasó justo porque reléi unos párrafos, gracias a este breve y muy buen post, donde los citan: http://unlibroaldia.blogspot.com/2009/05/milan-kundera-la-inmortalidad.html

*Lo del ejercicio de escritura diaria fue gracias a una propuesta de una argentina, la Ceci Maugueri, que me encanta, y que ayuda a escritores. Yo la leo, tristemente sólo de reojo porque siempre me digo “después”, pero de vez en cuando sí me doy el tiempo para leerla un poquito más y siempre, pero siempre, es un acierto. Esta es su web: https://www.ceciliamaugeri.com.ar

* Me encanta la obra de la escritora Marcela Serrano. La he leído casi toda. No sé si el relato al que hago mención es de una novela, creo que de "Nosotras, que nos queremos tanto" o uno de los cuentos de "Dulce enemiga mía". Lo googlé, pero no encontré la respuesta con exactitud.

 





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